La nueva anormalidad
El mundo se rompió. En mil pedazos o en dos o tres. Qué más da. Nada volverá a ser lo que era. Mucho menos nosotros. Ni nosotros ni ellos: nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros padres, nuestras parejas. No somos los mismos. Porque aunque nos haya pasado por el costado, una pandemia no te puede dejar indemne. Niños, jóvenes, adultos, ancianos. A cada uno le ha tocado su parte. La soledad, el hartazgo, la ira, la frustración, la tristeza, el aburrimiento. Boutique de emociones, dirían en Palermo. Montañas rusas emocionales, dicen otros. Inmersos en un mar de emociones que no sabemos gestionar. No teníamos los recursos para enfrentarnos a una pandemia. Y cuando digo recursos me refiero a todo tipo de recursos: físicos, emocionales, intelectuales y espirituales. Maremoto de emociones, todas juntas y revueltas, en un mismo día e incluso varias veces por día. Tanta desazón y sin poder compartirla con amigos. Tantas ganas de jugar en la plaza con tus amigos y tener que conformarte con