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Mostrando entradas de enero, 2021

La nueva anormalidad

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El mundo se rompió.  En mil pedazos o en dos o tres. Qué más da. Nada volverá a ser lo que era. Mucho menos nosotros. Ni nosotros ni ellos: nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros padres, nuestras parejas. No somos los mismos. Porque aunque nos haya pasado por el costado, una pandemia no te puede dejar indemne. Niños, jóvenes, adultos, ancianos. A cada uno le ha tocado su parte. La soledad, el hartazgo, la ira, la frustración, la tristeza, el aburrimiento. Boutique de emociones, dirían en Palermo. Montañas rusas emocionales, dicen otros. Inmersos en un mar de emociones que no sabemos gestionar. No teníamos los recursos para enfrentarnos a una pandemia. Y cuando digo recursos me refiero a todo tipo de recursos: físicos, emocionales, intelectuales y espirituales. Maremoto de emociones, todas juntas y revueltas, en un mismo día e incluso varias veces por día. Tanta desazón y sin poder compartirla con amigos. Tantas ganas de jugar en la plaza con tus amigos y tener que conformarte con

Somos lo que extrañamos

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Somos lo que extrañamos. Somos a quienes extrañamos. Somos las razones por las que extrañamos. Somos los lugares que extrañamos. Somos los sonidos, los sabores, los paisajes, los silencios, las texturas, las voces que extrañamos. Esas voces que se olvidan con el tiempo y que la sola posibilidad de olvido nos hace temblar. Somos los olores que extrañamos. Olores que nos invaden de repente y nos llevan a ese lugar tan preciso de nuestra historia. Olores que nos impulsan a ese futuro que algún día llegará. Olores que imprimen este presente con esa marca particular. Somos lo que fuimos que extrañamos. Ese niño inconsciente, despreocupado. Ese joven melancólico y apasionado. Ese adulto responsable y preocupado. Nos extrañamos cada día y lo olvidamos. Somos lo que olvidamos que extrañamos. Somos lo que extrañamos porque extrañamos lo que somos, ocupados en dejar de ser por pensar lo que somos. O quizás sólo seamos eso. Seres pensando en lo que somos.

Echale la culpa a la serenidad

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Si es cierto eso de la crisis de la mediana edad y estos cuarenta y dos años que tengo representan la mitad de mi vida, puedo afirmar sin temor a equivocarme que pasé media vida intentando responder preguntas que no tienen ningún sentido. Arrancando por el sentido de la vida y terminando, porque de alguna manera estas palabras vienen a poner un punto final a la cuestión, decía, terminando por la existencia (o no) de un propósito personal, único e intransferible, al que evidentemente no he podido acceder. He decidido dejar esas preguntas a un lado y encontrar un nuevo arsenal de interrogantes para mantenerme un poco entretenida. Al menos por un tiempo. O dos. Tengamos en cuenta que una persona sin propósito (aparente) suele aburrirse con exagerada facilidad y a mi la exageración siempre me ha salido fácil. He decidido, también, cambiar el foco de todas mis decisiones: la serenidad. La serenidad es algo nuevo para mi. La máxima sería más o menos "Elige lo que mayor serenidad te pr

Mis cuatro elementos

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Soy un aire que airea  Ideas, reflexiones y palabras Aire que inspira y expira A fuerza de voluntad y capricho Aire que aviva mi fuego Un fuego intenso que sólo crece con palabras Y que se apaga con agua,  como muchos otros fuegos. Soy poca agua Casi nada de agua Si pudiéramos elegir, preferiría el vino Un vino alegre, un vino amigo Soy sin tierra, no toco el suelo Dicen que pincha, creo que raspa. Y si algo raspa, y raspa mucho Por mucho tiempo, queda el agujero.

Sólo somos solos

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No es un estado. No está en el estar. Es en el ser. Somos solos. Sólo somos solos.  Sólo se puede ser en soledad. No queremos ser sólo ésto que somos.  No queremos ser solos. Y en esa lucha por no ser,  nos conformamos con un estar. Estar con otros. Se nos va la vida queriendo ser en otros.  Malgastada. Sin beneficios, porque sólo estamos en otros.  No podemos ser en otro. Ser, sólo se es solo. Ser o estar, esa es la cuestión. Y estar es un no ser. Porque cuando estamos no somos. Y cuando somos, sólo somos solos.